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sábado, 7 de marzo de 2015

Nuestro homenaje a Fleury



"Estamos en 1945, cuando en la Patagonia hacía frío en serio, aunque no tanto como el que no alcanzó para arredrar a Piedrabuena, Moreno o Darwin. Pero los protagonistas de esta historia no son los que dan sus nombres a calles y plazas; están más cerca del Osvaldo Soriano y del Míster Peregrino Fernández de los '60, o de las Historias Mínimas de Sorín, un film también situado en esta geografía. Un grupo de aficionados juega al ajedrez en el amplio galpón al que todos llaman, pomposamente, salón principal. Y club al conjunto que completa con otras instalaciones. Los jugadores mueven las piezas evitando las complejidades que suele proponer el juego, como si esperasen la llegada de alguien a quien tendrán que atender. Así, no los sorprende la presencia de ese desconocido que los mira sonriente desde la puerta, luego de cerrarla trabajosamente. Quien oponía su magra humanidad a la fuerza del viento es Jacobo Bolbochán. Una marca de cigarrillos auspicia la presentación en Bariloche del ex-campeón argentino, acercándose en aquellos días a los 40 años (había nacido en Azul, provincia de Buenos Aires, el 26 de diciembre de 1906).Tras los saludos el visitante aceptó un par de ginebras y, mientras su cuerpo iba recuperando el calor, respondía con amabilidad a todas las preguntas. No hizo falta que le presentaran al guitarrista y compositor Abel Fleury (Dolores, provincia de Buenos Aires, 5 de abril de 1903), a quien reconoció de inmediato. Era un fuerte aficionado que solía integrar el imbatible equipo de Radio Belgrano cuando su trashumante vida de artista se lo permitía. Los demás pertenecían a la ciudad y zonas aledañas, aunque precisamente los dos bonaerenses protagonizaron los momentos de mayor belleza y emoción, como no los hubo en ningún otro tablero, en aquella exhibición de simultáneas que diera Jacobo Bolbochán. Recordarlos con una anécdota chiquita parecería no estar de acuerdo con la condición de genios, que lo fueron, tanto el ajedrecista como el músico. Sin embargo, en el caso de Abel especialmente, es valioso mostrarlo enamorado del ajedrez que le correspondió a ese amor revelando sus secretos. Con las seis cuerdas, en cambio, sólo le cabe la historia grande. Una muestra: su "Estilo Pampeano" es de ejecución obligatoria en la Escuela Musical de Tomsk, en Siberia. El reconocimiento y la consagración se afirman en la última década de su existencia, incluida una gira por España, Francia y Bélgica. Atrás habían quedado años duros en los que hubo de postergar el talento para atender urgentes necesidades de vida dando conciertos, clases particulares, y hasta incursionando en la radio, el teatro y el cine. (Por más datos les recomiendo la obra del polígrafo P. C. Google). Este apunte parece encaminarse hacia un cierre especular, pero se equivocan los que piensen eso. Don Jacobo no sólo no tuvo la habilidad necesaria para tocar instrumento alguno; tampoco le interesó la jardinería (en el departamento de Villa Celina no había jardín, lo justifica con humor Alejandro, su hijo), ni la mecánica, ni la carpintería, ni lo desveló nada fuera del ajedrez. Ajedrecistas fueron sus hermanos, su mujer y su suegro. Cuando no jugaba enseñaba o daba simultáneas. Vivió hasta los 77 años y dejó dos hijos y ocho nietos. Abel Fleury murió a los 55, y cada año sus amigos de Dolores recuerdan el triste aniversario con la sensación de que todo ocurrió no hace tanto tiempo. En aquella partida de Bariloche Abel Fleury, con piezas negras, fue el único que logró vencer a Jacobo Bolbochán." (Nota de Mario Manuel Anaya en "Nuestro Círculo" No. 402, pág. 1406, de fecha 15 de abril de 2010).
 

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